Pedro

En el mercado bursátil existen distintos tipos de inversores, porque también hay diferentes perfiles de personas y diversas formas de buscar beneficios. Algunos se centran en el muy corto plazo: compran y venden acciones en el mismo día —a veces incluso varias veces— y pasan muchas horas frente a una o varias pantallas, en busca de oportunidades rápidas. Este estilo se conoce como «day trading» y exige una vigilancia constante del mercado, además de una gran rapidez para reaccionar ante cualquier movimiento. Para muchas personas, acaba convirtiéndose en una segunda ocupación que requiere varias horas de dedicación diaria.

Otros inversores prefieren un enfoque de medio plazo: compran y venden en un intervalo de días o semanas, basándose exclusivamente en el llamado «análisis técnico» —que explicamos en detalle en otra sección—. Para ellos, los fundamentos de la empresa (beneficios, sector, deuda, modelo de negocio...) no tienen importancia. Su única fuente de decisión es la evolución de los precios reflejada en el gráfico. En este enfoque, da igual invertir en una empresa tecnológica, industrial o farmacéutica: todo se decide en función de la forma que dibuja la curva de precios.

La estrategia de inversión que defiendo en esta web se basa en el largo plazo. Es una forma tranquila y eficaz de aprovechar la inflación, el avance tecnológico y el interés compuesto -que crecen con el tiempo- a nuestro favor. Esta estrategia consiste en mantener buenas inversiones durante años, reinvertir los dividendos y dejar que el crecimiento económico trabaje para nosotros. Los riesgos se reducen diversificando la inversión tanto por sectores como geográficamente.

A diferencia de otros estilos más activos, esta modalidad no exige estar pendiente del mercado cada día. Basta con seguir, de forma periódica, las noticias económicas, los resultados de las empresas y los hechos importantes que puedan influir en la evolución de nuestras inversiones.

El objetivo de este seguimiento no es reaccionar rápidamente ni salir de la inversión ante cada cambio, sino identificar momentos razonablemente adecuados para ampliar posiciones: ya sea comprando nuevas acciones de empresas seleccionadas o reforzando aquellas que ya tenemos en cartera. Se trata, en definitiva, de invertir con serenidad, con una visión a largo plazo y con criterio racional.

Esta estrategia a veces se resume de forma simplificada como «comprar y olvidar». Sin embargo, esta idea es engañosamente cómoda. Invertir a largo plazo no significa desentenderse completamente de nuestras inversiones. Si ignoramos el mercado por completo, corremos el riesgo de no detectar a tiempo señales de alerta —ya sea en el entorno económico o en las propias empresas en las que hemos invertido— que podrían anticipar importantes pérdidas de valor de nuestras acciones.

A veces esas señales están ahí, delante de nosotros, pero si no prestamos atención, no las veremos. Invertir con inteligencia a largo plazo implica confiar en el crecimiento, sí, pero sin dejar de observar con atención.

Hay dos tipos de situaciones que debemos evitar:

Las burbujas

Ya hemos hablado de las burbujas. Para un inversor a largo plazo, representan un riesgo importante. Si no somos capaces de detectarlas, podemos acabar comprando activos a precios muy inflados y sufrir fuertes pérdidas cuando esos precios caigan bruscamente.

Además, si las acciones que ya tenemos entran en una fase de burbuja y alcanzan valoraciones claramente excesivas, puede ser una buena idea vender, asegurar los beneficios y trasladar nuestra inversión a activos más estables.

Hoy en día, muchos —y me incluyo— pensamos que Tesla está inmersa en una burbuja. Hemos visto cómo su valor bursátil superaba, sin pestañear, la suma de todas las grandes compañías automovilísticas del planeta. ¿El motor de semejante ascenso? Una mezcla de entusiasmo y promesas: flotas de taxis autónomos que nunca llegaron, fábricas llenas de robots trabajando sin descanso, y una supuesta revolución tecnológica que iba a generar una riqueza casi mágica.

Mientras tanto, los informes más recientes de la compañía muestran una realidad bastante más terrenal: una caída significativa en las ventas de vehículos y un deterioro preocupante del negocio. Sin embargo, a mayo de 2025, Tesla sigue cotizando a un PER de 200 —una cifra difícil de justificar—, sostenida por una legión de fieles que parecen ver en Elon Musk a un visionario infalible. Según ellos, los coches autónomos de Tesla están a punto de poblar las colonias marcianas y extraer litio con baterías fabricadas por... Tesla, por supuesto.

Un inversor atento probablemente evitaría entrar en la empresa a estos niveles de euforia, o si tuviera acciones, ya las habría vendido cuando la cotización superaba los PER de 300. Curiosamente, eso fue exactamente lo que hizo Elon Musk: entre 2021 y finales de 2022 vendió acciones por valor de 36.000 millones de euros, embolsándose una fortuna. Esas ventas, no por casualidad, precedieron una caída del 60 % en el precio de la acción desde su máximo histórico. Parece que, una vez más, el creador de la burbuja supo salir de ella a tiempo.

Otra burbuja aparente que muchos inversores llevan tiempo señalando es la del sector del lujo. Empresas como LVMH, Hermès, L’Oréal, Richemont o Kering cotizan a múltiplos exigentes, con PER tan elevados que sólo se justificarían si esas compañías mantuvieran un crecimiento constante y sin tropiezos durante la próxima década.

Un ejemplo reciente lo encontramos en LVMH (Louis Vuitton Moët Hennessy). Tras publicar unos resultados excelentes —aunque algo por debajo de las altísimas expectativas del mercado—, su cotización cayó con fuerza, pasando de cerca de 800 euros a menos de 500. Actualmente cotiza con un PER inferior a 20, algo poco habitual en los últimos años para una empresa de lujo de primer nivel.

Hermès, en cambio, no ha mostrado señales de debilidad. Su acción sigue en máximos históricos, sostenida por su estatus de «empresa joya», percibida por muchos como un refugio ante cualquier incertidumbre. Su clientela no se caracteriza precisamente por preocuparse por los precios: pueden pagar entre 8.000 y 100.000 euros por un bolso, 600 por unas sandalias, entre 900 y 2.000 por unos zapatos, 1.000 euros por una camisa o incluso hasta 15.000 euros por una silla de montar.

Este tipo de cliente seguirá existiendo, sin duda. Pero el problema está en las expectativas que el mercado ha depositado en Hermès. Con un PER actual por encima de 50, la cotización asume que la empresa seguirá creciendo sin dificultades durante años. Algunos temen que cualquier contratiempo, por pequeño que sea, pueda desencadenar una caída brusca en el valor de la acción, como ya ha ocurrido con LVMH.

Tratamos este tema con más detalle en la sección dedicada a las burbujas.

Las malas decisiones empresariales

Aunque es muy infrecuente, a veces incluso una empresa con una trayectoria impecable puede verse arruinada por decisiones incomprensibles de sus propios gestores. Eso fue exactamente lo que ocurrió con Bayer cuando, en 2018, decidió adquirir Monsanto. Esta última era una compañía potente desde el punto de vista tecnológico, pero también estaba envuelta en miles de litigios en Estados Unidos, acusada de haber ocultado información sobre los posibles efectos cancerígenos de productos como el herbicida Roundup.

La situación legal de Monsanto no era ningún secreto: los pleitos en curso, las demandas colectivas y el riesgo de indemnizaciones multimillonarias eran bien conocidos por el mercado. Aun así, Bayer decidió seguir adelante con la compra. Al hacerlo, no sólo adquirió los activos y la tecnología de Monsanto, sino también todos sus problemas legales.

Cuando se anunció la operación, yo mismo, que había sido inversor a largo plazo de Bayer, decidí vender todas mis acciones de inmediato, cuando aún cotizaban por encima de los 100 euros. Desde entonces, la cotización se ha desplomado hasta los 23 euros, arrastrada por una interminable cadena de sentencias judiciales en Estados Unidos y por las enormes provisiones que Bayer ha debido realizar para hacer frente a las indemnizaciones.


Queda claro que la estrategia de «comprar y olvidar» no es la más acertada. La mejor opción suele ser comprar y mantener a largo plazo, durante muchos años o incluso décadas. Pero esa estrategia requiere atención: si detectamos señales de burbuja o si la empresa toma decisiones claramente perjudiciales, conviene reconsiderar nuestra inversión y actuar en consecuencia.

Para terminar esta sección, quiero dejar claro que no soy partidario de juzgar moralmente unas formas de inversión como mejores que otras. A menudo se utiliza el término «especuladores» para referirse a los inversores a corto plazo, cargando esa palabra con un tono claramente peyorativo. Sin embargo, conviene recordar que cada persona busca obtener beneficios del modo que considera más adecuado, y eso es perfectamente legítimo.

Además, los inversores a corto plazo cumplen una función importante en el mercado: aportan volumen y liquidez. Y cuanto mayor es el volumen de negociación, más eficiente es el mercado y mejor funciona para todos. Por tanto, lejos de descalificarlos, deberíamos reconocer su papel dentro del ecosistema financiero.

una calle principal de una ciudad en Groenlandia con viandantes en la que un cartel indica ¨Air conditioning. Opening soon.
Las malas decisiones empresariales. Imagen creada con Flux.