
Cada año, las empresas revisan sus cuentas, calculan sus beneficios —si los hay— y deciden qué parte de esos beneficios van a reinvertir en el negocio (por ejemplo, comprando nueva maquinaria o renovando instalaciones), y qué parte van a distribuir entre sus accionistas en forma de dividendos.
El porcentaje del beneficio que se reparte como dividendo se conoce como «ratio de reparto». Las empresas en fase de crecimiento suelen tener un ratio de reparto cercano a cero, ya que reinvierten todo en seguir creciendo. En cambio, las empresas consolidadas, o aquellas que ya no ven muchas oportunidades para expandirse, tienden a tener ratios de reparto mucho más elevados, que en algunos casos pueden alcanzar casi el 100 %.
Cuando una empresa reparte dividendos, el precio de mercado de sus acciones baja de forma inmediata en una cantidad equivalente al valor del dividendo distribuido. La razón es fácil de entender: el precio de mercado refleja el valor que el mercado asigna al conjunto de los activos de la empresa —maquinaria, patentes, dinero en caja, etc.—. El día del pago del dividendo (llamado en la jerga financierda «ex-date»), el dinero destinado a los accionistas sale directamente de la caja de la empresa, lo que implica una reducción inmediata de su valor contable. El mercado recoge ese ajuste automáticamente, y por eso la cotización baja tanto como el dividendo repartido.
Muchos inversores tienden a sacralizar los dividendos, creyendo que recibir dinero en efectivo por parte de una empresa siempre es positivo y nunca conlleva perjuicio alguno. Sin embargo, existen situaciones en las que cobrar un dividendo puede ser económicamente desfavorable, y en las que conviene evitarlo.
Supongamos que queremos invertir 10.000 € en acciones de la empresa española X, que el 17 de junio reparte un dividendo equivalente al 5 % de su cotización (es decir, con una rentabilidad por dividendo del 5 %).
En el primer caso, compramos las acciones el día antes del dividendo. La acción cotiza a 100 €, así que adquirimos 100 acciones. Al día siguiente cobramos el dividendo: 5 € por acción, lo que suma 500 €. Sin embargo, sobre ese importe se aplica una retención del 19 % en concepto de IRPF, por lo que sólo recibimos 405 € netos. Ese mismo día, la acción descuenta el dividendo y su cotización baja a 95 €, con lo que el valor de nuestras acciones pasa a ser 9.500 €. En total, tenemos 9.500 € en acciones más 405 € en efectivo, es decir, 9.905 €. Hemos perdido 95 € respecto a los 10.000 € iniciales, lo que equivale a una reducción del 0,95 % de nuestro patrimonio.
Supongamos ahora que en lugar de comprar las acciones el día antes compramos las acciones el día después. Ese día la acción cotiza a 95 euros (100 que costaba antes menos los 5 euros que ha bajado debido al reparto del dividendo). Con nuestro dinero compramos entonces 10000/95 es decir 105 acciones, y nos sobra un pequeño pico. El valor de lo que tenemos es entonces 105 acciones multiplicado por 95 más el pico que nos ha sobrado, es decir 10000 euros, por tanto, tenemos nuestros 10000 euros pero convertidos en acciones de la empresa X.
La conclusión es clara: si se puede evitar entrar en una acción justo antes del reparto de dividendos, hacerlo puede suponer un pequeño pero evitable perjuicio económico. Evitar ese momento permite conservar intacto el valor de la inversión y eludir el peaje fiscal del dividendo.
Esto ocurre porque el dividendo lo que hace es convertir parte del valor de una acción en efectivo, y hacienda considera ese efectivo un «rendimiento del capital mobiliario», sobre el que aplica los impuestos correspondientes.
La estrategia de evitación del dividendo también resulta muy útil cuando ya tenemos una acción en cartera cuya cotización no ha subido o incluso ha bajado. En este escenario, si parte del valor de la acción se convierte en dividendo —porque eso es, en esencia, lo que ocurre al repartir dividendo— lo único que conseguimos es perder dinero. Tal como vimos antes, el coste fiscal es del 19 % del importe recibido. Por tanto, si mantenemos las acciones, asumimos una pérdida automática de valor.
Pongamos un ejemplo: imagine que tiene invertidos 20.000 € en una empresa con una rentabilidad por dividendo del 4 %. Le corresponderían 800 € de dividendo. Pero de esos 800 €, Hacienda le retendrá automáticamente el 19 %, es decir, 152 €. Si en lugar de eso vendemos las acciones justo antes del reparto y las recompramos después —si es que seguimos interesados en tenerlas— nos ahorramos esos 152 € en impuestos. El único coste serán las comisiones de compraventa.
En el bróker de Bankinter, por ejemplo, esta doble operación costaría unos 40 €. En Smartbroker+ (muy recomendable para operar en el Xetra), costaría sólo 8 €, lo que nos permitiría ahorrar 144 € netos. Naturalmente, hay que tener en cuenta las variaciones en el precio de la acción entre la venta y la recompra: pueden jugar a favor o en contra. Pero si esas diferencias son pequeñas, la rentabilidad fiscal de la estrategia puede ser significativa.
Además, si vendemos con pérdidas, podemos usar esas minusvalías para compensar ganancias de otras acciones vendidas en el mismo año. De esta forma, no sólo evitamos el castigo fiscal del dividendo, sino que optimizamos la fiscalidad de toda la cartera. Eso sí: hay que analizar cada caso concreto con detenimiento.
Esta estrategia, conocida como «dividend stripping» o «dividend avoidance» en inglés, es bien conocida entre los inversores que entienden cómo funciona realmente el reparto de dividendos. No hace falta ser un genio de las finanzas para aplicarla, basta con saber lo que usted sabrá cuando termine de leer esta web.
Cuando las acciones que poseemos han tenido una fuerte revalorización, el interés de esta estrategia disminuye: vender implicaría tributar por las ganancias acumuladas, reduciendo el efecto del interés compuesto. En ese caso, conviene hacer números y valorar si podemos compensar esas plusvalías con pérdidas de otras acciones, «limpiando» la cartera mientras evitamos el dividendo.
Algunas empresas ofrecen al inversor la posibilidad de elegir entre cobrar el dividendo en efectivo o recibirlo en forma de nuevas acciones. Esta modalidad, conocida como dividendo flexible o «scrip dividend», permite al accionista aumentar su participación sin tener que invertir más capital. Si usted no necesita el dinero en efectivo, optar por el pago en acciones suele ser una opción ventajosa: maximiza el efecto del interés compuesto y, además, pospone el pago de impuestos. Entre las empresas españolas que han ofrecido esta alternativa se encuentran Iberdrola, Repsol, Telefónica, ACS, Ferrovial, Enagás, AENA, Mapfre y Santander. En el ámbito europeo, aunque esta práctica es menos habitual, también la han ofrecido compañías como TotalEnergies, Société Générale, Crédit Agricole, Orange o Deutsche Telekom.
Es asombroso, pero sigue siendo habitual encontrarse con titulares como: «Aún tiene 7 días para cobrar el dividendo de la empresa X», como si de una oportunidad se tratara. Se presenta la compra de acciones justo antes del reparto del dividendo como una especie de truco financiero rentable.
Lo realmente alarmante es que este tipo de titulares no aparece sólo en prensa generalista, sino también en medios especializados en finanzas. Quien escribe semejantes titulares no tiene la menor idea de cómo funciona el reparto de dividendos, o —lo que sería aún peor— lo sabe y aun así lo escribe para atraer clics a costa de inducir al error.
El titular correcto debería ser: «Aún tiene 7 días para hacer el tonto perdiendo el 0,95 % de su capital comprando acciones de X».
En mayo, cuando se concentran la mayoría de pagos de dividendos en España —y en Europa—, estas «noticias» infectan todos los portales financieros. Lamentablemente, muchas personas sin experiencia acaban cayendo en la trampa, creyendo estar aprovechando una ventaja, cuando en realidad están perdiendo dinero por puro desconocimiento —alentado por la ignorancia o la irresponsabilidad de quienes deberían informar con rigor.
En una situación ideal, una empresa no repartiría dividendos, sino que reinvertiría todos sus beneficios en fortalecer y hacer crecer su negocio. De este modo, evitaría someter a sus accionistas al impacto fiscal anual de los dividendos y aprovecharía el efecto del interés compuesto, maximizando el valor de la acción a largo plazo mediante la reinversión sostenida de los beneficios.
Este enfoque ha sido característico de muchas de las grandes empresas tecnológicas estadounidenses, que desde finales de los años 90 han experimentado un crecimiento explosivo sin repartir dividendos. Sólo en años recientes algunas de ellas han comenzado a distribuir parte de sus beneficios entre los accionistas.
En caso de necesitar liquidez, el accionista simplemente vendería parte de sus acciones en el momento que considerase oportuno. Por esa venta, lógicamente, debería tributar ante Hacienda por la ganancia patrimonial obtenida.
Sin embargo, a pesar de que en circunstancias como la descrita antes es mejor evitar el dividendo, existen razones de gestión, reputación, estabilidad y perfil del inversor que justifican plenamente su existencia, y no son pocas:
El dividendo genera disciplina financiera en la empresa
Cuando una empresa se compromete a repartir dividendos de forma estable o creciente, se impone una cierta disciplina: No puede gastar libremente todo lo que gana. Se ve forzada a priorizar inversiones con verdadero retorno y evitar despilfarros. Evita el riesgo de «imperios corporativos» que acumulan capital innecesario para expandirse sin criterio.
Muchos accionistas valoran la rentabilidad inmediata
Especialmente inversores mayores, jubilados o conservadores, prefieren ingresos periódicos en lugar de confiar plenamente en una revalorización futura. Un dividendo proporciona liquidez sin tener que vender acciones, ofrece una “rentabilidad visible”, que muchos asocian con estabilidad y confianza, y puede utilizarse como complemento de pensión o ingreso mensual.
La imposición no siempre es un problema
Aunque el dividendo tributa, en España la primera parte puede quedar cubierta con deducciones (por ejemplo, si hay pérdidas patrimoniales o mínimos personales). Además, muchos fondos de inversión extranjeros, planes de pensiones o SICAVs están exentos o diferidos.
Las acciones no siempre reflejan el valor con precisión
El argumento de que el precio de la acción baja al repartir dividendo es teóricamente cierto, pero en la práctica, el mercado no siempre ajusta de forma exacta e inmediata, muchas veces la acción recupera rápidamente lo descontado si la empresa goza de confianza. Además, la acción puede subir incluso tras repartir dividendo si el mercado lo interpreta como señal de fortaleza.
El dividendo como señal de fortaleza y estabilidad
Repartir dividendos con regularidad suele interpretarse como un mensaje claro: «Esta empresa es sólida, tiene beneficios recurrentes y puede compartirlos con sus accionistas.» Empresas como Coca-Cola, Nestlé, Procter & Gamble o Iberdrola han construido reputación y fidelidad de inversores gracias a su historial de dividendos.
No todos los beneficios deben reinvertirse
No siempre es deseable que una empresa reinvierta el 100 % de sus beneficios: Puede que no tenga proyectos suficientemente rentables, o puede estar en un sector maduro con bajo crecimiento. En ese caso, devolver el exceso de capital a los accionistas vía dividendos puede ser lo más racional.
Como consecuencia de todo lo expuesto, resulta especialmente interesante que una cartera de acciones incluya grandes empresas consolidadas, con beneficios recurrentes y dividendos crecientes. Este tipo de compañías ofrecen una base sólida para el crecimiento sostenido de la inversión a largo plazo.
Ahora bien, no debe juzgarse la calidad de una empresa únicamente por su rentabilidad por dividendo. Ese porcentaje es sólo un indicador más entre muchos otros que deben analizarse cuidadosamente antes de decidir una inversión.
