Pedro

Los precios de las cosas —de todas las cosas— varían constantemente según múltiples factores. Para saber si algo está caro o barato, recurrimos habitualmente a comparaciones históricas, muchas de ellas basadas en el análisis de ratios o proporciones.

La burbuja inmobiliaria española, 2003 - 2007

En la siguiente tabla se muestran cuatro columnas: el año, el salario medio neto en España, el precio medio por metro cuadrado de vivienda, y el número de meses de salario necesarios para adquirir un solo metro cuadrado.

Naturalmente, todos los datos reflejan promedios: salario medio, precio medio de la vivienda, etc.

Año Salario medio bruto mensual (€) Precio medio por m² (€) Meses de salario bruto por m²
20001250,0893,30,71
20011300,0992,70,76
20021350,01164,60,86
20031400,01380,30,99
20041450,01618,01,12
20051500,01824,31,22
20061550,01990,51,28
20071600,02085,51,30
20081650,02018,51,22
20091700,01892,31,11
20101750,01825,51,04
20111800,01701,80,95
20121850,01531,20,83
20131900,01466,90,77
20141950,01463,10,75
20152000,01490,10,74
20162050,01512,00,74
20172100,01558,70,74
20182150,01618,80,75
20192200,01652,80,75
20202250,01622,30,72
20212300,01694,10,74
20222245,71749,20,78
20232300,01842,30,80
20242350,01895,60,81
Fuente: Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana (MITMA), INE y otras fuentes oficiales

Entre 2020 y 2024, el promedio de meses necesarios para comprar un metro cuadrado de vivienda es de 0,9 meses. Observamos además que en la tabla hay un grupo de años en los que el precio crece mucho, pasando en tan sólo 5 años de 0,86 en 2002 (por debajo del promedio del promedio de 0,9) a 1,3 en 2007. En esos años, los precios del metro cuadrado se dispararon de forma anormal, para volver luego a bajar rápidamente, pasando en tres años de 1,3 en 2007 a 1,04 en 2010.

Esos años de subida vertiginosa son los que llamamos los años de la burbuja inmobiliaria española. Se llama burbuja financiera a una situación en la que los precios de algo suben desproporcionadamente en función de lo que es estadisticamente esperable. En 2007 los datos de esa tabla hasta 2007 eran públicos, y cualquiera podía recrear esta tabla y ver que algo anormal estaba ocurriendo con los precios de la vivienda. Bastaba con un poco de análisis para concluir que estábamos en una burbuja que, como todas, acabaría estallando.

De hecho no fuimos pocos los que alertamos de que el precios de la vivienda estaba peligrosamente sobrevalorado, y que en ningún caso era prudente comprar vivienda a esos precios inflados. Lo razonable era esperar dos o tres años a que los precios se normalizaran. Pero millones de personas no creían lo que se les explicaba, se aferraban al mantra de que «la vivienda nunca baja», corrían detrás de los precios a toda prisa pensando que cuanto más tarde más subirían los precios y compraban pisos a precios absurdos asumiendo hipotecas brutales que les han tenido asfixiados durante décadas, mientras contemplaban atónitos como el precio de sus viviendas se desplomaba un 30% en promedio, hasta un 50% en algunas zonas urbanas.

Esta es una característica de todas las burbujas: son anunciadas, explicadas y advertidas por numerosas voces lúcidas, pero sus argumentos son sistemáticamente ignorados. Quienes niegan la existencia de la burbuja —casi siempre movidos por intereses espurios— suelen refugiarse en la idea de un supuesto «cambio de paradigma». Con ello intentan convencer a la opinión pública de que las estadísticas tradicionales ya no son válidas, porque según ellos «las reglas del juego han cambiado»: nuevas dinámicas sociales, financieras, tecnológicas, etc.

Pero la realidad, que no entiende de eslóganes ni de fe ciega en el crecimiento eterno, acaba imponiéndose con la brutalidad de los hechos. Y cuando lo hace, arrasa con la ingenuidad de muchos y deja al descubierto la irresponsabilidad —y a veces la desvergüenza— de quienes promovieron la burbuja mientras pudieron sacar provecho de ella.

La burbuja de los tulipanes, Países Bajos, 1634 - 1637

A lo largo de la historia han surgido numerosas burbujas especulativas, pero la más temprana y célebre de todas fue la burbuja de los tulipanes, ocurrida en los Países Bajos a mediados del siglo XVII. Su auge tuvo lugar entre 1634 y 1637, y está considerada como una de las primeras burbujas documentadas en la historia del capitalismo.

En un contexto de gran prosperidad económica, los tulipanes —una flor entonces exótica recién llegada de Turquía— se convirtieron en un símbolo de estatus social. Su belleza, variedad de colores y rareza despertaron una auténtica fiebre entre comerciantes, nobles y burgueses. La demanda creció tanto que el comercio de bulbos de tulipán se transformó en un mercado especulativo: la gente no compraba tulipanes para plantarlos, sino para revenderlos a un precio mayor.

Pronto se empezaron a comprar y vender contratos de compra futura (lo que hoy llamaríamos derivados) sobre bulbos que ni siquiera habían brotado. Los precios se dispararon de forma irracional, alimentados por la ilusión colectiva de que seguirían subiendo sin límite.

Algunos ejemplos históricos dan idea del delirio. Un bulbo raro de la variedad Semper Augustus llegó a venderse por más de 5.000 florines, en una época en que: Un obrero cualificado ganaba unos 150 florines al año, una casa grande en Ámsterdam costaba entre 3.000 y 5.000 florines. Una tonelada de mantequilla costaba unos 100 florines. Cuatro bueyes podían comprarse por 480 florines. En otras palabras: por un solo bulbo de tulipán se pagaba el equivalente a una casa, varios años de salario, o toneladas de alimentos.

¿Cuándo estalló? A comienzos de 1637, los precios alcanzaron su punto máximo y comenzaron a caer bruscamente cuando ya no hubo nuevos compradores dispuestos a pagar cifras astronómicas. En pocas semanas, el mercado colapsó. Muchos contratos quedaron impagados, y quienes habían hipotecado bienes reales para invertir en tulipanes se arruinaron.

La tulipomanía es el primer ejemplo ampliamente documentado de una burbuja especulativa colectiva alimentada por codicia, desinformación y pensamiento de rebaño. Aunque algunos historiadores modernos han matizado la magnitud real del desastre, no cabe duda de que dejó huella y sirve hoy como metáfora de la irracionalidad de los mercados cuando se combinan ignorancia, moda, escasez y especulación desenfrenada.

La visión clásica de la burbuja de los tulipanes ha estado muy influenciada por el escritor escocés Charles Mackay, quien en 1841 publicó su célebre libro Extraordinary Popular Delusions and the Madness of Crowds. En esta obra, Mackay describía la burbuja de los tulipanes de forma exagerada, grotesca y con un tono moralizante, presentándola como un caso extremo de locura colectiva.

Sin embargo, investigaciones históricas más recientes han matizado esta visión: la burbuja no arrastró a toda la sociedad neerlandesa, sino que se concentró principalmente en determinados círculos urbanos, como la burguesía comercial, coleccionistas, y algunos sectores del mundo del arte. La historia sigue siendo un símbolo de los peligros de la especulación, pero su alcance real fue más limitado de lo que Mackay sugería.

Tener presente que las burbujas existen y contar con un conocimiento básico para reconocerlas es fundamental. En nuestra tarea de proteger el valor de nuestro dinero —especialmente frente a la inflación— necesitaremos invertir en activos, principalmente en acciones.

sala de subastas en el siglo XVII donde numerosos ciudadanos pujan para comprar un tulipán
La burbuja de los tulipanes. Imagen creada con Flux.

Si bien los precios de mercado son variables y nunca podremos acertar con el momento perfecto para comprar, sí podemos —y debemos— evitar adquirir acciones a precios de burbuja, en caso de que el mercado se encuentre en una situación claramente inflada.

La burbuja de las punto com, 1995 - 2001

La burbuja de las punto com fue un fenómeno especulativo que se produjo entre mediados de los años 90 y principios de los 2000, cuando la irrupción de Internet generó una oleada de entusiasmo y expectativas desmedidas en torno a las empresas tecnológicas.

En aquella época se creía que cualquier empresa relacionada con Internet iba a revolucionar su sector y crecer indefinidamente, aunque no tuviera ingresos reales.

El entorno de tipos de interés bajos facilitó la financiación barata y rápida para nuevas empresas tecnológicas. Esta euforia inversora se extendió tanto a inversores institucionales como a particulares, que compraban acciones de empresas tecnológicas sin analizar sus fundamentales.

Medios de comunicación y analistas financieros alimentaban la narrativa del «nuevo paradigma», donde las reglas tradicionales de valoración ya no servían. Muchas empresas cotizaban a multiplicadores astronómicos, por ejemplo con un PER (Price to Earnings Ratio) de más de 100, o incluso sin beneficios, lo cual en condiciones normales sería impensable.

La burbuja de las punto com terminó de forma abrupta en marzo de 2000, cuando los inversores comenzaron a cuestionar los precios desorbitados de muchas empresas tecnológicas que no generaban beneficios reales, porque a medida que se hacían públicos los resultados financieros, muchos informes mostraban que esas compañías apenas tenían ingresos, y mucho menos beneficios.

Los grandes inversores comenzaron a vender acciones, lo que provocó caídas en cadena. El índice NASDAQ, donde cotizaban la mayoría de estas empresas, cayó más de un 75 % entre 2000 y 2002. Decenas de empresas desaparecieron, otras fueron absorbidas, y los inversores particulares sufrieron enormes pérdidas. La burbuja terminó, como era de esperar, con un colapso bursátil, al quedar claro que las valoraciones no tenían respaldo real.

En España, el símbolo por excelencia de esta burbuja fue Terra Networks, filial de Telefónica especializada en servicios de Internet. Terra debutó en el mercado el 17 de noviembre de 1999 a un precio de 11,81 euros por acción. En pocos meses, y en plena euforia especulativa, las acciones llegaron a alcanzar los 157,65 euros (marzo de 2000), lo que representaba una revalorización de más del 1.200 % en menos de cinco meses. En su punto máximo, Terra llegó a tener una capitalización bursátil superior a la de bancos como BBVA o Banco Santander, siendo simplemente un portal de Internet con ingresos modestos y sin beneficios.

Recuerdo perfectamente aquella época: de pronto, personas que jamás habían invertido en bolsa te contaban entusiasmadas que habían comprado acciones de Terra. Advertí a varios conocidos para que salieran cuanto antes de aquella operación, pero no me hicieron caso. Su plan —me decían— era vender pronto, pero sólo después de que el precio subiera un poco más. Uno de ellos acabó perdiendo mucho dinero. Cuando el precio comenzó a desplomarse, decidió esperar, convencido de que se recuperaría. Pero la recuperación nunca llegó, y terminó vendiendo con enormes pérdidas. El resultado de la ambición ciega suele ser siempre el mismo.

Tras el estallido de la burbuja en 2000, el valor de las acciones se desplomó. En 2005, Telefónica recompró Terra a 3,41 euros por acción, un 97% por debajo de su máximo. Como consecuenca miles de inversores perdieron gran parte de su capital, y la confianza en el sector tecnológico quedó muy dañada durante años.

Una de las paradojas más interesantes de la burbuja de las punto com es que aunque el mercado entero se hundió, de aquel caos emergieron algunas de las empresas más valiosas del mundo actual.

Amazon, por ejemplo, vio cómo su acción pasó de casi 110 $ en 1999 a sólo 6 $ en 2001. Sin embargo, sobrevivió, refinó su modelo de negocio y se convirtió en el gigante global que es hoy.

Google nació en 1998, aún en plena burbuja, pero esperó a salir a bolsa hasta 2004, cuando el mercado se había calmado, y lo hizo con un modelo de ingresos sólido (gracias a su sistema de anuncios).

Microsoft, aunque ya era una empresa consolidada, también sufrió caídas durante la crisis, pero supo adaptarse y expandirse.

La burbuja destruyó cientos de proyectos sin futuro, pero también actuó como un filtro natural que dejó espacio para que sobrevivieran las empresas con modelos sólidos, visión de largo plazo y verdadero valor añadido.

Tesla

Hay analistas, economistas e inversores –a los que humildemente me uno– que han sostenido durante años que Tesla está inmersa en una burbuja especulativa propia, separada del resto del mercado. Estos argumentos se basan en varios puntos clave:

1. Valoración desproporcionada. Durante sus precios máximos, Tesla llegó a valer más que todas las demás compañías automovilísticas del mundo juntas, incluyendo gigantes como Toyota, Volkswagen, General Motors, Ford, Honda, BMW, Mercedes-Benz (Daimler), Hyundai y Stellantis (Peugeot–Fiat–Chrysler). Esto se dio a pesar de que su producción y beneficios eran sólo una fracción de los de sus competidores tradicionales.

En algunos momentos, Tesla ha alcanzado ratios PER (precio/beneficio) superiores a 100, e incluso a 1.000, niveles insostenibles salvo en escenarios de crecimiento extraordinario. Mientras escribo estas líneas, cotiza a un PER de 190, una cifra desproporcionada que presupone un fortísimo aumento de beneficios en los próximos años.

2. Promesas no cumplidas. Elon Musk ha hecho múltiples promesas públicas —como el despliegue de taxis autónomos en 2020, producción masiva del Cybertruck, o conducción 100 % autónoma— que no se han cumplido en los plazos anunciados. Para algunos analistas, esto genera expectativas irreales que impulsan el precio sin base sólida.

3. Narrativa de culto. Tesla no es sólo una empresa: es un fenómeno de culto para muchos inversores minoristas. Algunos compran acciones por fe en Elon Musk o por ideología, no por análisis fundamental. Esto ha generado comportamientos típicos de burbuja: miedo a quedarse fuera, decisiones emocionales, y narrativa de que «Tesla lo cambiará todo».

4. Ventas de insiders. Altos ejecutivos (incluido Musk) han vendido grandes cantidades de acciones en puntos cercanos a máximos históricos, lo que algunos interpretan como falta de convicción interna en la sostenibilidad de la valoración.

5. Desconexión con la industria. Aunque Tesla lideró la revolución eléctrica, todos los fabricantes tradicionales se han volcado ya en la transición al coche eléctrico. Muchos consideran que la ventaja competitiva de Tesla se está reduciendo rápidamente, y que el mercado ha sobrevalorado su capacidad para dominar indefinidamente.

6. A esto se suma otro factor reciente de peso: la adhesión pública y sin fisuras de Elon Musk al presidente Donald Trump y a su retórica ha desatado un rechazo masivo hacia la marca Tesla por parte de amplios sectores del público, tanto en Estados Unidos como en el extranjero. En mercados donde la imagen de marca es crucial, como Europa o ciertas zonas urbanas de EE.UU., las ventas de Tesla han sufrido desplomes notables, impulsados por una percepción negativa creciente que asocia la marca a una posición política polarizante.

Por todas estas razones, para muchos expertos, Tesla ha exhibido características de burbuja, aunque eso no significa que no tenga valor. La cuestión es si su precio ha reflejado su realidad actual o simplemente una fe desmedida en su futuro.

personas y billetes dentro de una enorme burbuja a gran altura junto a un avión comercial que pasa cerca
Una burbuja financiera. Imagen creada con Chat GPT.