Pedro

Si usted decide convertirse en un inversor a largo plazo —como espero que así sea—, es muy probable que los derivados financieros no formen parte habitual de su estrategia. Sin embargo, es importante que sepa qué son y cómo funcionan, ya que encontrará referencias constantes a ellos en cuanto empiece a leer información financiera con regularidad.

La idea de asegurar una cosecha frente a calamidades atmosféricas resulta bastante natural para cualquier agricultor. Consiste en pagar una prima y, en caso de que se produzca una catástrofe que arruine la cosecha, recibir una indemnización según lo establecido en el contrato.

Opciones: los «put» y los «call»

A mediados del siglo XIX se generalizó en EEUU otro tipo de seguro, que consiste en asegurar el precio de la futura cosecha ante caídas de precios (lo cual es una calamidad para un agricultor). La idea es pagar una cierta cantidad de dinero a cierta entidad, que asume la obligación de comprar la cosecha a un precio determinado. Si recogida la cosecha el precio ha bajado por debajo del límite del precio pactado, el agricultor ejecuta su derecho y vende al precio pactado, asegurando por tanto un mínimo beneficio. Si por contra el precio ha subido mucho, el agricultor no ejecuta su derecho de venta, vende a precio de mercado y obtiene los beneficios que correspondan, salvo el precio que pagó por asegurar ese precio mínimo.

Con el tiempo, este tipo de protección evolucionó y dejó de aplicarse únicamente a cosechas. Hoy en día, se utiliza en todo tipo de activos financieros y se conoce como «put» (en plural, «puts»), una opción que permite al titular vender un activo a un precio previamente acordado.

Al igual que las opciones put, también existen las llamadas «call» (en plural, «calls»), que surgieron posteriormente como parte del desarrollo de los mercados financieros modernos. Una opción call otorga al comprador el derecho —pero no la obligación— de comprar un activo a un precio determinado antes de una fecha concreta. Su uso comenzó a generalizarse a partir de la década de 1970, cuando se crearon los primeros mercados regulados de opciones financieras, como el Chicago Board Options Exchange (CBOE) en 1973.

Las opciones call permiten a los inversores beneficiarse de subidas en el precio de un activo sin necesidad de comprarlo inmediatamente. Si el precio de mercado sube por encima del precio pactado (el «precio de ejercicio« o «strike»), el titular de la opción puede comprar el activo más barato y obtener una ganancia. Si el precio no sube, la opción simplemente vence sin valor, y el inversor pierde sólo la prima pagada.

Las «put» y las «call» reciben el nombre genérico de «opciones», porque otorgan al comprador el derecho —es decir, la opción— de comprar o vender un activo en una fecha futura y a un precio previamente pactado.

Los «warrants»

Un «warrant» es un derivado financiero muy similar a una opción, ya que también otorga al comprador el derecho —pero no la obligación— de comprar o vender un activo a un precio determinado (llamado «precio de ejercicio» o «strike») dentro de un plazo establecido. Existen dos tipos principales de warrants: los «warrants call», que permiten comprar el activo, y los «warrants put», que permiten venderlo. En ese sentido, funcionan de manera análoga a las opciones call y put tradicionales.

La diferencia principal es que los warrants son emitidos directamente por una entidad financiera (normalmente un banco) y no se negocian en mercados organizados de derivados como las opciones tradicionales. Además, los warrants suelen tener vencimientos más largos y pueden estar ligados a activos muy variados: acciones, índices, divisas, materias primas, etc. Su valor depende, al igual que en las opciones, del precio del activo subyacente, del tiempo restante hasta el vencimiento y de la volatilidad esperada.

En resumen, un warrant es una especie de «opción empaquetada» y emitida por una institución, que puede utilizarse como herramienta especulativa o de cobertura, pero que conlleva también riesgos importantes, especialmente de pérdida total de la inversión si el mercado no se mueve a favor del comprador antes del vencimiento.

Los «futuros»

Un «futuro» es un contrato en el que dos partes se comprometen a comprar o vender un activo en una fecha futura y a un precio previamente acordado. A diferencia de las opciones, en los futuros ambas partes asumen una obligación firme: no se trata de un derecho que se puede ejercer o no, sino de un compromiso que debe cumplirse.

Cuando en los medios financieros se dice que «los futuros del Nasdaq anuncian caídas», significa que los contratos de futuros sobre el índice Nasdaq 100 —que agrupa a las principales empresas tecnológicas de Estados Unidos— están cotizando a la baja antes de que abra la bolsa. Los futuros son instrumentos financieros que permiten anticipar cómo podría comportarse el mercado cuando comience la jornada, ya que se negocian casi las 24 horas del día, incluso cuando el mercado de acciones está cerrado. Por tanto, si los futuros bajan, se interpreta como una señal de que los inversores prevén una apertura en negativo.

Sin embargo, es importante entender que estos movimientos no garantizan lo que sucederá después. Los futuros reflejan expectativas, no certezas, y pueden cambiar bruscamente si se produce alguna noticia económica, política o empresarial relevante antes de la apertura. Por eso, aunque los futuros sean un buen termómetro para anticipar el ánimo del mercado, no deben tomarse como una predicción infalible, sino como una orientación sobre el posible comienzo de la sesión bursátil.

Las «opciones», los «warrants», los «futuros» y otros contratos similares se agrupan bajo el nombre genérico de «derivados financieros». Se llaman así porque su valor no es propio, sino que se deriva del precio de otros activos, como acciones, índices, materias primas o divisas.

Todos estos contratos —opciones, futuros, warrants y otros derivados— se pueden comprar y vender libremente en el mercado, y su precio, al igual que el de las acciones, varía constantemente en función de la oferta, la demanda y las expectativas sobre el activo subyacente. En España, estos productos se negocian en el Mercado Español de Futuros Financieros (MEFF), que forma parte del grupo BME y está especializado en derivados financieros regulados.

Los derivados constituyen por sí mismos un vasto ecosistema de instrumentos que los grandes inversores —y, en ocasiones, también los minoristas más avanzados— utilizan para múltiples fines: cubrir carteras frente a caídas, limitar riesgos, apalancarse o construir estrategias complejas de inversión. Aunque pueden ser herramientas muy útiles, su uso exige un conocimiento profundo, ya que mal gestionados pueden generar pérdidas significativas.

No entraremos en profundidad en este tema, ya que no es el objetivo de esta web, pero no puedo dejar de mencionar brevemente los llamados CFDs.

una mesa en la que hay documentos y un bonito reloj del siglo XIX, sobre la mesa dos hombres se dan la mano
Los derivados. Imagen creada con Flux.

Los CFD y las «opciones binarias»

Los CFD (Contratos por Diferencia) no son productos de inversión en el sentido tradicional. Son simples apuestas privadas entre el cliente y el broker, en las que se especula con la subida o bajada del precio de un activo sin necesidad de poseerlo. No se compra ninguna acción, divisa o índice real: se firma un contrato con el broker, que actúa como contrapartida directa, y ambas partes acuerdan intercambiar la diferencia entre el precio de entrada y el de salida. Si el precio se mueve a favor del usuario, gana; si no, pierde. Pero no hay activo, ni mercado, ni inversión: sólo una apuesta. A efectos prácticos, operar con CFDs es tan financiero como apostar en internet quién ganará el próximo partido de tenis o el siguiente derbi de fútbol.

A diferencia de los productos regulados, los CFD no se negocian en mercados oficiales ni están supervisados por cámaras de compensación. Son contratos opacos, definidos por el broker, que fija márgenes, precios y condiciones a su favor. En este juego, el broker impone las reglas, actúa como árbitro y se beneficia directamente de las pérdidas de su cliente. Es la misma lógica de una casa de apuestas: cuanto más juega el cliente, más gana la casa. El lenguaje técnico y financiero no cambia el fondo del asunto: los CFD son apuestas estructuradas con apariencia de producto de inversión.

Aunque técnicamente los CFD derivan su valor de un activo subyacente, su funcionamiento se aleja de cualquier instrumento financiero transparente. Se los clasifica como derivados OTC (Over The Counter), es decir, negociados fuera de los mercados organizados. Pero llamarlos «derivados» o «productos financieros» es confundir al público: sería como llamar «inversión alternativa» a una quiniela. El broker no sólo define las condiciones del contrato, sino que tiene un interés económico en que el cliente pierda. En este contexto, la llamada «inversión» se convierte en una apuesta mal disimulada.

Los datos oficiales no dejan lugar a dudas: según la CNMV, entre el 74 % y el 89 % de los inversores minoristas que operan con CFD pierden dinero. Y no es casualidad: los altos niveles de apalancamiento, la extrema volatilidad y la asimetría de información hacen que el resultado más probable sea la pérdida. El marco regulatorio intenta mitigar el daño, pero la naturaleza del producto sigue siendo la misma. Aunque la expresión «derivado financiero» suene seria y técnica, los CFD están mucho más cerca del juego que de la inversión.

Por su alto riesgo y su estructura profundamente desequilibrada, los CFD están prohibidos en Estados Unidos. La SEC y la CFTC impiden su comercialización al público minorista por considerarlos excesivamente especulativos y perjudiciales. En Europa siguen siendo legales, aunque bajo ciertas restricciones impuestas por la ESMA: límites de apalancamiento, protección contra saldo negativo y advertencias explícitas sobre el porcentaje de clientes que pierden dinero. A pesar de todo, su acceso sigue siendo sencillo y su promoción continúa, a menudo disfrazada de estrategia avanzada para inversores sofisticados.

En España, varios brokers han desplegado campañas publicitarias agresivas que presentan estas apuestas como fórmulas de inversión inteligente, dirigidas a supuestos expertos. El resultado ha sido una avalancha de clientes minoristas atrapados en productos de altísimo riesgo, con un claro desplazamiento de la actividad desde los mercados regulados —como el MEFF— hacia entornos mucho más opacos y desprotegidos. Mientras los mercados oficiales pierden volumen, los CFD ganan cuota a base de confusión y promesas de rentabilidad rápida.

La situación es grave. Al no cotizar en mercados organizados ni pasar por cámaras de compensación, los CFD carecen de transparencia, garantías y control efectivo. Son simples acuerdos privados donde el broker —la «casa»— tiene el control absoluto. El cliente, sin saberlo, se convierte en un jugador más, en clara desventaja, en un terreno donde todo está diseñado para que la banca gane. Es imprescindible que los ciudadanos comprendan que, detrás del envoltorio financiero, estos productos funcionan como cualquier apuesta en línea: el riesgo es extremo y la probabilidad de perder es alta.

Algunos brokers serios y regulados —como IG, CMC Markets, Saxo Bank, DEGIRO (de forma limitada) o XTB— incluyen los CFD en su oferta, bajo la supervisión de autoridades como la FCA, BaFin o la CNMV. En general, lo hacen junto a productos tradicionales como acciones reales, ETFs o fondos, y los destinan a perfiles más especulativos. Pero su existencia en un catálogo no los convierte en recomendables para el público general.

Lo importante no es si un broker ofrece CFDs, sino cómo los presenta. Un intermediario responsable informa con claridad, advierte de los riesgos, verifica la idoneidad del cliente y cumple con la normativa MIFID II. Pero si se presentan como una vía rápida para obtener beneficios, o si se promueven entre inversores inexpertos sin un análisis serio de su perfil, estamos ante una práctica peligrosa y, en muchos casos, irresponsable.

Una forma de «inversión» parecida a los CFD son las llamadas «opciones binarias», un producto financiero en el que se apuesta a si el precio de un activo (como una acción, una divisa o una materia prima) subirá o bajará en un plazo muy corto, a veces de sólo minutos. No se compra realmente el activo, ni se participa en su evolución: simplemente se predice la dirección que tomará su precio. Si se acierta, se recibe una ganancia fija; si no, se pierde toda la inversión. Por su mecánica, las opciones binarias se asemejan más a una apuesta que a una inversión real. Es como apostar en una carrera de caballos: uno no posee el caballo, ni participa en su entrenamiento; solo espera que gane para cobrar un premio. En este caso, el «caballo» es el precio de un activo financiero.

A diferencia de los CFD, donde el riesgo puede gestionarse en cierta medida, las opciones binarias son puramente binarias: o todo o nada, sin matices, sin herramientas de control del riesgo, y con una estructura estadística desfavorable para el usuario. Por eso han sido objeto de múltiples advertencias por parte de los reguladores.

Las opciones binarias han sido prohibidas para inversores minoristas en toda la Unión Europea desde 2018, y también en el Reino Unido desde 2019. En Estados Unidos no están prohibidas en sí, pero sólo pueden ofrecerse a través de plataformas estrictamente reguladas por la «Commodity Futures Trading Commission» (CFTC), como Nadex. Cualquier otra oferta de opciones binarias en EE. UU. es ilegal. Estas restricciones no se deben a que las opciones binarias sean una estafa en sí mismas, sino a que, por su diseño, son productos extremadamente peligrosos, con un elevado potencial de pérdida y muy frecuentemente asociados a plataformas fraudulentas.

un croupier ante una ruleta en un casino, en su chaqueta puede leerse «CFDs»
Los CFDs. Imagen creada con Flux.