
El llamado «pump and dump», que puede traducirse como «hinchar y soltar», es una práctica fraudulenta que consiste en inflar artificialmente el precio de una acción o activo —normalmente de bajo volumen y escasa liquidez— mediante rumores, recomendaciones masivas o información engañosa. Una vez que el precio ha subido lo suficiente, quienes promovieron el valor venden sus participaciones obteniendo beneficios, mientras que los inversores que entraron tarde sufren fuertes pérdidas cuando el precio se desploma repentinamente.
Este tipo de fraude es habitual en valores poco conocidos, cotizados en mercados secundarios, y en los últimos años se ha trasladado también al ámbito de las criptomonedas. En muchos casos, los impulsores del «pump» se organizan en foros, canales de mensajería o redes sociales para coordinar sus compras y generar un aparente interés legítimo. Atraídos por el movimiento de precios, los pequeños inversores (que desconocen que todo ha sido orquestado) compran el activo justo antes del «dump» o liquidación masiva, momento en el que los promotores venden y el valor cae bruscamente.
Uno de los casos más sonados fue el del valor de la empresa GameStop en 2021, impulsado desde el foro Reddit (r/WallStreetBets). Aunque técnicamente no fue un «pump and dump» en sentido estricto —porque nació como una protesta contra fondos bajistas—, el resultado fue similar para muchos pequeños inversores: entraron tarde, compraron caro y vieron cómo el valor se desinflaba en pocos días. En el mundo cripto, son frecuentes los esquemas de este tipo con monedas sin valor real, como ocurrió con el token Squid Game en 2021, cuyo precio pasó de casi cero a más de 2.800 dólares antes de desplomarse a cero en cuestión de minutos, dejando a miles de personas atrapadas sin posibilidad de vender.
El caso de Terra, la filial de Telefónica lanzada durante la burbuja de las puntocom, tiene mucho de «pump and dump», aunque técnicamente fuera legal. Fue una operación diseñada desde dentro del sistema para inflar artificialmente el valor de una empresa que apenas tenía ingresos reales. Telefónica —bajo la dirección de Juan Villalonga— impulsó la salida a bolsa de Terra en 1999, alimentando expectativas irreales sobre el futuro digital y presentándola como el gran motor del internet español. En pocos meses, las acciones pasaron de menos de 12 euros a más de 157, superando en capitalización a bancos históricos, sin que existieran beneficios ni modelo de negocio sostenible que lo justificaran. Lo más grave es que la propia Telefónica vendió una gran parte de sus acciones en el momento de máxima euforia, obteniendo miles de millones de euros mientras cientos de miles de pequeños inversores eran arrastrados por el entusiasmo y quedaban atrapados en la caída. Cuando el castillo de naipes se derrumbó, el daño estaba hecho: Terra fue finalmente absorbida por su matriz y desapareció del mercado, dejando tras de sí una enorme transferencia de riqueza desde el pequeño inversor hacia una gran corporación. Fue una operación legal, sí, pero profundamente inmoral, un abuso masivo de confianza basado en la manipulación emocional del mercado, ejecutado con la complicidad silenciosa de analistas, medios económicos y un entorno institucional que miró hacia otro lado.
